sábado, 23 de enero de 2010

LOS PECADOS DE HAITÍ


Creo que este brillante texto de Eduardo Galeano explica muy bien las razones por las cuales la tragedia de Haití se convirtió en una catástrofe humanitaria sin precedentes en América. Va el texto, con un agradecimiento al Dr. Héctor Sierra, que me lo hizo conocer.

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LOS PECADOS DE HAITÍ - Por Eduardo Galeano

La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.

El voto y el veto

Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.

Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:

-Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.

La coartada demográfica

A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:


-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.

Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro cuadrado.

En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado… de artistas.

En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.

La tradición racista

Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene “una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización”. Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: “Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses”.

Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: “El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”.

En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: “Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas”. Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro “puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.


La humillación imperdonable

En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.

El delito de la dignidad

Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.

La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.

martes, 19 de enero de 2010

ÉCHALE LA CULPA A LA TORMENTA


Los vecinos de la zona Sur de la ciudad, entre los cuales se incluye el autor de estas líneas, tuvieron el lunes 18 un día bastante complicado con el servicio eléctrico. Primero se cortó la energía por unos breves 15 minutos ni bien comenzó la tormenta de poco después del mediodía, aproximadamente a las 13.15. Luego el corte se hizo más prolongado y duró más de dos horas, pasadas las 17.
La frutilla del postre llegó a las 21.50 aproximadamente, cuando la EPE obsequió un bajón de tensión que queda perfectamente graficado en la imagen que ilustra esta entrada: el brillo del filamento de la lamparita era toda la energía que llegaba a las viviendas de varios barrios del sur rafaelino, y así fue durante más de 20 minutos que pusieron a prueba a todos los electromésticos de los hogares de esa zona.
El bajón se hizo corte total luego de esos minutos. La interrupción del servicio se prolongó hasta la 1.47 de la mañana de este martes. Las explicaciones de rigor de las autoridades de la EPE no se hicieron esperar. La culpa la tuvo la tormenta. Es decir, vientos nada extraordinarios para cualquier temporada estival provocaron el colapso energético de una cuarta parte de la ciudad.
Ya le ocurrió lo mismo, en otra ocasión y con un fenómeno meteorológico un tanto más importante, a la gente del norte. Dos departamentos (San Cristóbal y 9 de Julio) quedaron sin energía durante más de 15 horas. Y a los pocos días el problema se repitió, originando importantes pérdidas entre los comerciantes, y todas las incomodidades imaginables. ¿Es sólo efecto de las tormentas o la falta de inversión tiene algo que ver?
Menos mal que Santa Fe no es un territorio asentado sobre fallas geológicas que hagan temer algún sismo de cierta magnitud. Si unas leves tormentas estivales nos vuelven por unas horas al siglo XIX, mejor no imaginar si nos pega un terremoto, ahora que estamos todos sensibles viendo el desastre de Haití...
(Pregunta maliciosa para el final, entre paréntesis, perdón, no quiero poner palos en la rueda: ¿los últimos aumentitos en las tarifas, tendrán en cuenta estos problemitas que estamos sufriendo en esta parte de la Argentina que, dicen, es el centro norte de Santa Fe?)

viernes, 15 de enero de 2010

A PROPOSITO DEL PATRIMONIO HISTÓRICO Y LOS ESPACIOS PÚBLICOS


En estos días estamos escuchando muchos mensajes llenos de buenas intenciones acerca del uso de los espacios públicos, la recuperación de la memoria histórica de la ciudad y varios etcéteras que en general no se pueden dejar de compartir. Edificio de la ex Terminal, empedrado, Recova y otras cuestiones se mezclan en esa inveterada costumbre argentina de opinar sobre todo lo que nos moviliza sentimientos.
Así, surgió como propuesta la idea de convertir a la ex Terminal de Omnibus y ex Mercado Municipal en un Museo del Automóvil. Se habla de la memoria automovilística, del corazón fierrero de la zona, de la pasión por la velocidad, de la cuna de las 500Millas y de hermosos recuerdos.
Sin embargo, más allá de las palabras, las declamaciones, las buenas intenciones y todo el catálogo de sentimentalismos, está la realidad. Las 500 Millas se transformaron en leyenda a partir de 1926 y entre ese año y la década de los '50 se corrieron en un circuito que estaba ubicado en lo que hoy es la prolongación de Bv. Roca, donde estaba la recta principal (se podía llegar en tren) y un rectángulo que completaban la calle Santos Dumont (forma el límite Oeste del área urbana rafaelina), la ruta 70 y un camino ubicado más al Oeste. A grosso modo, digo, porque no faltará el que me corrija algún dato. Pero esa era la traza aproximada.
En la esquina de Santos Dumont y Bv. Roca alguien tuvo el buen tino de colocar un monolito con una placa recordatoria. Uno imagina que entre tanto rafaelino tocado por la pasión fierrera, tanto amante de lo histórico, tanto devoto del patrimonio histórico y tanto nostálgico de las ricas tradiciones de la región habrá muchos que irán, de vez en cuando, a derramar una lágrima en esa esquina por donde pasaron las Talbot de Fangio y cía, o donde brillaron aquellos locos audaces que marcaron una época. Y que además de derramar una lágrima se preocuparán por preservar de alguna manera la memoria histórica.
Lamento decir que no. El monolito está así, como lo muestra la foto: abandonado, sin placa, entre malezas y yuyales que son un flaco homenaje a la historia. No faltará el desprevenido ignorante de la tradición deportiva de la ciudad que se preguntará para qué diablos habrán puesto ese pedazo de cemento allí. El Bv. Roca se transforma en un camino perdido, lleno de yuyales en donde andarán los fantasmas de un César Scandroglio, aquél que manejaba el célebre Pajarón, un monstruo mecánico con motor de avión; o de tantos que dejaron su vida detrás de un volante o dando rienda suelta a su amor por los fierros. La calle Santos Dumont es utilizada por otros rafaelinos, no tan nostálgicos ni cultores de la historia, que van a tirar basura, aunque a pocos metros tienen la estación de residuos clasificados.

A ver: todo bien con las ideas, propuestas, sueños y anhelos. Pero éste es un buen ejemplo de la distancia que puede haber entre los sueños que se alimentan en las mesas de café -"que nunca preguntan", como dice el tango- y la realidad cruda e insoslayable.

jueves, 14 de enero de 2010

NO ES UN CAMINO DEL DAKAR, APENAS TE LLEVA A SUSANA


La imagen es de la prolongación del Bv. Yrigoyen, apenas pasando el aeródromo de Rafaela, camino a Susana. Las lluvias hicieron proliferar las malezas, como pasa en todos lados y como lo comprobamos semanalmente los que no tenemos la suerte de poder contar con dinero para pagar un jardinero y debemos dedicarnos a la tarea de darle a la maquinita del césped cada cinco o seis días.
En el caso de los caminos rurales, esta imagen es muy actual. No sólo en los caminos rurales: hasta en la ruta 34 se ven unos yuyales tremendos, ya que si antes pagágamos peajes para que corten las malezas, ahora ni eso siquiera. Pero en este caso se trata de un "llamado a la solidaridad". Se sabe que los propietarios de los campos pagan una tasa por hectárea a comunas y municipios para el mantenimiento de los caminos rurales. Debería ser tarea del Estado mantenerlos, pero convengamos que si a nosotros nos cuesta mantener los espacios privados de nuestros domicilios sin malezas, para los municipios y Comunas, que además tienen muchos empleados de vacaciones, es casi imposible mantener una prolijidad mínima en estos caminos, que por otra parte hace a la seguridad de los mismos: en los cruces de caminos rurales no se ve ni siquiera la nube de polvo que levantan los autos que vienen por el otro camino.
Pregunto: ¿sería mucho pedir que los propietarios de los campos linderos, que tienen tractores y desmalezadoras, le dediquen un par de horas de su tiempo (o el de sus peones)y algunos litros de gasoil a la tarea de cuidar el espacio público en torno a sus campos, contribuyendo con el desmalezamiento y aportando a la seguridad?
Dejo el interrogante planteado. Esperemos que alguien se haga eco y que viajar a Susana, Lehmann o Roca, o entre pueblos vecinos dentro de la vasta geografía provincial, no sea una aventura que nos haga sentirnos parte del Dakar argentino.

lunes, 4 de enero de 2010

CHAU, GITANO


Murió Sandro. Luchó y luchó, pero no pudo ganarle la carrera a la muerte. Se están escribiendo miles de páginas y ya habrá algunos suplementos en impresión, para alimentar el mito, ahora que el hombre ya es leyenda. Para empezar a leer algo, podés mirar lo que publicó Perfil.
Me quedo con un dato. Había nacido el 19 de agosto de 1945. Un 19 de agosto, igual que mi querida hermana Marta. A los dos los mató el cigarrillo. A Sandro y a la gorda Marta, a la que amé como la mejor hermana y que siempre resaltaba que había nacido un 19 de agosto, "igual que Sandro". Nacieron un 19 de agosto. "Igual que Sandro": los mató el maldito cigarrillo.

viernes, 18 de diciembre de 2009

LES DIERON A MANEJAR EL FALCON Y LO CHOCARON


Santa Fe no era una joya antes del 2008. Sería extenso de enumerar la lista de horrores de los 24 continuados de justicialismo. Vernet y el puente Colgante; Carlos Aurelio Martínez –aquél ex vicegobernador de Vernet y ex intendente de Santa Fe que terminó en cana y confundió la resurrección del Ave Fénix con la del Gato Félix- y los juguetes de Antonio Vanrell; etc. Con Reutemann y luego Obeid llegó la ola menemizadora: la escandalosa privatización de la ex Dipos, la enajenación del Banco Provincial –con el consiguiente correlato de la pérdida del instrumento financiero provincial, que para colmo de males pasó a un grupo de malandras de guante blanco como los hermanos Rohm-, y todas esas cosas que ya sabemos: la justicia entongada con el poder político, la errante política educativa y de salud, la precarización de algunos empleos públicos, etc. Está todo en la memoria colectiva.

Está claro que Santa Fe no era un Mercedes Benz ni una Ferrari. Pasó la peor crisis de la historia argentina sin emitir bonos ni cuasimonedas, no estaba endeudada, registraba un interesante promedio de obras públicas construidas y en marcha, y ni aún en las peores épocas –y conste que hubo épocas malas en este bendito país- estuvo en duda el pago de sueldos, que no serían muy altos pero tampoco estaban entre los más bajos, y que además se abonan en los primeros días de cada mes.

No, Santa Fe no era una Ferrari ni un BMW. Diríamos que era un Falcon bien mantenido: un fierro anticuado, con tecnología de otra generación, duro para llevar, incómodo para viajes de largo plazo, pero con un motor potente, rendidor y una carrocería como las de antes, de las que se bancan el roce del tránsito de las horas pico. El “Falcuncho” no estaba para el Salón del Automóvil, pero seguro que a pata no te dejaba.

Hasta que llegaron los pibes socialistas, con sus socios del Frente. “A éste lo manejo yo y van a ver como vienen los buenos tiempos”, desafió el conductor. Prometió un modelo picante, con buena aceleración, tuneadito con llantas deportivas y colores al tono, con GPS para no extraviarse. Gente linda, nos iban a dar un autazo. Sacaron el Falcuncho del garage, le pegaron una relojeada al tablero para ver cuánta nafta quedaba y salieron a correr picadas, soñando con la Fórmula 1, que vendrían a ser las presidenciales del 2011. Pero estaban en un TC y Pechito López hay uno solo.

Pasó lo que se temía. Los pibes derraparon en la primera curva y pisaron la banquina. Para colmo se largó a llover: llegó la crisis con el campo y el terremoto financiero mundial y pronto el conductor y sus pibes se dieron cuenta que no estaban en la autopista a Buenos Aires camino a la Rosada, sino que andaban por la 70, pagando peaje para esquivar los baches y sin saber por dónde retomar la 34 para por lo menos volver a Rosario, que eso sí saben donde queda.

Asustados por los saltos, las amistades que habían conquistado con su buena onda empezaron a chillar. Los maestros, que ya estaban hartos de renegar con el Falcon y fueron los primeros en pasar por la concesionaria para cambiar el modelo, fueron también los que inauguraron la onda de poner el grito en el cielo. Pero la desbandada promete ser mayor y los que van al lado del conductor, que pueden ser pícaros para la joda pero no comen vidrio, ya le están tocando el hombro para que levante el pie del acelerador, mire las señales del camino, ponga los papeles en orden y se prepare para aflojarse el cinturón y dejarle el puesto a ellos, que tienen ganas de manejar un poco después de 20 y pico de años a pie.

El problema es que los pibes del volante todavía no le agarraron la onda al Falcon y, la verdad, parece que la adrenalina del peligro los atrae. Eso sí, el Falcon ya tiene déficit de pintura: suma como 2.000 rayones y unos cuantos bollos. Empezó a largar humo por el motor, anda flojo de gomas, la ruta tiene curvas peligrosas y los empleados no quieren hacerle un cambio de aceite ni limpiarle los parabrisas sin la propina, que ya calcularon en el 20% para el 2010.

¿Me despisté yo también? Perdón. Sucede que acabo de leer La Capital y algunos portales santafesinos. Hablan de la noticia del día: el Poder Ejecutivo santafesino remitió un mensaje a la Cámara alta solicitando utilizar el Fondo Unificado de Cuentas Oficiales, para cubrir necesidades transitorias, como es el caso del pago de los sueldos y aguinaldos correspondientes al mes de diciembre. El tercer artículo del mensaje autoriza al Ejecutivo a girar en descubierto letras, pagares u otros medios de pago, y a contraer deudas a cancelar dentro del ejercicio económico, a efectos de atender desequilibrios transitorios de caja.

Reina la sensación de que tumbamos la chata. En eso ya estamos armonizados con Córdoba y Buenos Aires. Si los maestros paran porque no reciben aumentos, si los empleados públicos están preocupados porque no saben qué pasará con sus sueldos, si no vemos obras faraónicas en marcha y las pocas que hay se pagan con la plata del Estado Nacional, si nos muestran maquetas y suspenden licitaciones, si firman contratos y después patean la pelota para los próximos 4 meses, significa que de verdad se patinaron la guita. Suena duro, feo, desagradable. Independientemente de cómo suena, es la verdad.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

ALGO NOS PASÓ EN EL MEDIO. ¿O NOS PASÓ POR ARRIBA?

El 14 de noviembre celebramos, con nuestros compañeros de la Promoción 1984 de la Escuela de Enseñanza Media Nº 204 Domingo de Oro, la querida ex Escuela Normal, nuestros 25 años de egresados. Antes de la ceremonia protocolar de estos casos nos reunimos en un aula para compartir una clase conmemorativa con algunos de los docentes que marcaron a fuego nuestra formación personal y nuestra educación en aquellos años vitales de nuestra adolescencia.
Raquel Negro nos habló desde su doble condición de docente y madre, porque además de ser nuestra profe de Biología es la madre de Pili, con quien compartimos los doce años de escuela primaria y secundaria. Pero con ella estaban también Remo Acastello, Marta de Gino y otros docentes y todos compartieron lo que dijo Raquel en esa ocasión: “Fueron momentos muy felices para mí, porque estaba en el pleno desarrollo de mis actividades y del ejercicio de la docencia, que me encantaba y por eso disfruté de ella”.
Eugenia Spagnol, que egresó junto a nosotros y ahora es maestra, también nos representó a todos cuando destacó eso que percibimos siempre pero que sólo aprendimos a valorar más con el paso del tiempo. La Colo habló de “la pasión con que nos daban clases, el reconocernos, el llamarnos por el nombre a cada uno de nosotros, el hecho de que pasen los años y nos sigan recordando por ese nombre”.
Esos sentimientos se construyeron sobre una relación asentada en un principio fundamental: el respeto. Nosotros éramos adolescentes, teníamos la rebeldía instalada en el corazón, soñábamos con cambiar el mundo, queríamos derribar los muros de la mediocridad y perseguíamos las utopías de una sociedad que se desperezaba tras la pesadilla de los años de la dictadura. Enfrente estaban nuestros profesores, más brillantes o menos lúcidos, más flexibles o menos simpáticos, más exigentes o menos duros. Cada uno en su rol: el docente, al lado del pizarrón; nosotros, en los pupitres; los porteros, haciendo el mantenimiento; los directivos, en su responsabilidad de hacer cumplir las normas. En el medio, el respeto. La palabra del docente era la última.
Si la memoria no me falla, la única sanción disciplinaria que se aplicó a algunos alumnos de nuestra Promoción fueron unas amonestaciones (¿fueron tres?) en los últimos días, porque alguien le sacó una zapatilla a una compañera y la tiró al piso de abajo. Claro que teníamos nuestros errores y nuestros desafíos a la autoridad, pero existían los límites. Hasta ese mínimo “desborde” era sancionado. Cuando nos íbamos al mediodía, en la puerta estaba Clides Bruera, que en paz descanse, con su melena inconfundible y su cara de regente perpetua, símbolo de la autoridad. La sentíamos un escalón más arriba de los mortales comunes, porque esa era la noción que teníamos de la directora de la escuela.
Esa Clides casi inaccesible era la misma directora que podía ir personalmente a conversar sobre la conducta de un alumno hasta la casa de la familia. Como fue a mi casa, para decirle a mis viejos que no me había presentado a un turno de exámenes en marzo, que además había rendido mal una segunda materia y que si no rendía bien la última que me quedaba, la indescifrable matemáticas de tercero, (dos días después) iba a repetir el año, datos que por supuesto yo había ocultado. Me vieja ni dudó de lo que decían Clides y Marta Ferrero, nuestra preceptora de entonces. Le contó a mi viejo, que tampoco anduvo con vueltas: él, que nunca me había dado ni un chirlo en la cola cuando era chico, me pegó el único cachetazo que me dio en su vida. Nunca más mentí sobre las notas en el colegio. Rendí bien, claro, no sin hacer un curso acelerado de matemáticas con el aliento de mis viejos –y hasta de mis hermanos, todos mayores que yo- en la nuca.

Pueblo chico, infierno grande
Menos de un mes después de aquél reencuentro que tanto nos emocionó, nuestra querida escuela Normal quedó en boca de todos por los hechos ocurridos en la famosa “vuelta olímpica” de la Promoción 2009, con los hechos que son de público conocimiento.
No pretendo hacer juicios de valor, ni señalar culpas, ni apuntar responsabilidades. Sí decir que vi llorar a algunos docentes a los que conozco y valoro. Me dolió escuchar sus testimonios, como también me dolió saber que habrá egresados que dentro de 25 años no podrán compartir una charla como la que tuvimos nosotros con nuestros antiguos profesores (vean el video aquí), ese sábado 14, en el primer aula de la galería Norte. No la podrán compartir porque ellos no tuvieron un acto de colación que recuerden con cariño, pero fundamentalmente no la podrán compartir porque no hubo respeto en la relación natural que debe darse dentro de una comunidad educativa entre docentes, directivos y alumnos.
Me dolió enormemente ver a un director quebrado emocionalmente. No conozco a Carlos Dellasanta más que como un ahorrista damnificado en el caso de la Mutual Ben Hur a quien alguna vez le hice una nota por ese tema, o porque me tocó ir a pedirle prestado el cañón de la escuela para pasar un video en esa clase alusiva de nuestra Promoción. Desde afuera, creo que pecó por demasiado indulgente. Pero le creí cuando me confesó, casi entre lágrimas, que “los chicos nos desconocieron totalmente”. También conozco a muchos padres que legítimamente se sintieron defraudados porque fueron a un acto de colación de grados y se encontraron con un “escrache” público de sus hijos. Repito: no es hora de hacer acusaciones, ni de señalar culpables. Son personas excelentes, y soy de los que piensan que de personas excelentes en el 90% de los casos salen padres excelentes.
Sin embargo, hubo un hecho objetivo, que fue lo que pasó el 26 de noviembre. Se me ocurre que no hubiera existido un 26 de noviembre si los protagonistas de la vuelta olímpica hubieran tenido la noción de por dónde pasan los límites entre la natural espontaneidad de la juventud y la indiferencia absoluta por la dignidad ajena.
Estoy dolido, y también indignado. Porque ahora parece que habrá un sumario administrativo contra los directivos, o contra los docentes, o contra no sé quién. Y estoy indignado porque tengo la sensación que desde el Ministerio de Educación, lejos de ofrecer una respuesta institucional de altura, que proteja el rol formador de la Escuela, le ordenaron a los docentes agachar la cabeza. Cedieron a un reclamo cuya legitimidad es materia opinable, fundamentalmente si se advierte el tono de "apriete" utilizado por algún interesado. Buscarán un “cabeza de turco” y señalarán un culpable. Se lavarán las manos, en suma.
No es casual. Si en estos días hemos leído, a propósito del paro docente, algunos comentarios infames que denigran la profesión del maestro, no puede sorprendernos que los pibes hagan lo que hacen. Me di cuenta que pasaron 25 años desde nuestra Promoción. Siento que, como sociedad, como rafaelinos, como gente que considera a la educación un pilar fundamental del desarrollo de los pueblos, perdimos cosas. Algo nos pasó en el medio. O nos pasó por arriba y no supimos darnos cuenta.